«El escaso espacio, todo diáfano, parecía bien distribuido y ordenado. En una esquina, junto a un pequeño ventanuco con cortinas, se ubicaba la cocina, única parte revestida de azulejos. En otra, se encontraba la chimenea y a su alrededor se había dispuesto una mesa camilla y varias sillas de esparto. Todo tipo de utensilios de cocina y artes de pesca cubrían las paredes. En el centro de la estancia se levantaba una gruesa y añeja viga de madera, que servía de sostén para la construcción. Y en la parte contraria a la cocina, una escalera llevaba a un discreto segundo piso, en el que se intuía, tras gruesas cortinas castellanas, el dormitorio».
Nadie corre más que el plomo
Ignacio Marín
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