«Eugenio abrió poco a poco los ojos. Lo observaba desde hace rato, con los brazos cruzados, sentado en una incómoda silla blanca de la habitación 303 del hospital de La Fe de Valencia. Su primer gesto fue una mueca de dolor. Levantó ligeramente su brazo izquierdo para mirar la herida cosida. Embadurnada de yodo y recorrida por puntos de sutura negros. Levantó una ceja al ver las dos barras de metal que, desde los laterales del brazo, lo atravesaban para soldar el radio. La otra mano se dirigió curiosa al resultado de la cirugía.
—No te lo toques —le ordené».
Nadie corre más que el plomo
Ignacio Marín
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La Fe
Todocolección
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