«El mar Mediterráneo se veía precioso esa mañana de primavera. Los rayos del sol, le hacían brillar en toda su inmensidad convirtiéndolo en un gigante espejo. Estaba algo revuelto y en su bravura, hacía que las olas llegaran a la orilla con furia, ribeteadas de una juguetona espuma blanca. Alejandra, con la falda arremangada en la cintura, descalza y con las sandalias en la mano, se paseaba por la orilla. De vez en cuando, el agua rozaba sus pies sintiendo su fuerza y frescura. A su espalda había dejado un interminable camino de huellas grabadas en la arena. Había perdido la noción del tiempo, podía llevar diez minutos pero, a juzgar por los surcos que había dejado a su paso, y por el color sonrosado de sus mejillas y de sus brazos, más bien parecía que llevaba varias horas. La playa estaba casi desierta a pesar de ser cerca de mediodía. Alejandra agradeció el paseo y también su tranquilidad».
Las doce llaves
María Villamayor
Playa de Levante
Todocolección
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