«Rosa sacó una cazuela de barro humeante que, en esas horas que agotaban la tarde, hizo restallar mi estómago y el rostro de mi amigo. Eran callos.
—Te tendrías que casar conmigo y dejar al comunista este que siempre está metido en líos.
Con el cuerpo satisfecho gracias a esas vísceras guisadas que tanto le gustaban y el ánimo azuzado por los vinos y la compañía de sus amigos, Eugenio salió a la fresca noche valenciana. Aún no se había acostumbrado al peso de la humedad, que arrastraba aromas de salitre y dama de noche».
Nadie corre más que el plomo
Ignacio Marín
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A la fresca. 1968
Calle Pavía
Todocolección
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