«A un pobre escultor enamorado le encargaron la imagen de una Virgen, que se da por supuesto que se trataba de la Virgen de los Desamparados. El artista no encontró modelo más apropiado que el de su joven amante, que no era otra que la propia Viçenteta, una adolescente que vivía en una barraca de la huerta. En efecto, una noche de amor el escultor enardecido le dijo: «Voy a modelar tu cara y tú vas a ser la Virgen más bonita que se va a venerar en un altar».
Mientras la modelaba, el artista y la niña se amaban, sin distinguir la inspiración y el deseo, la devoción y el sexo. Bajo el emparrado de la barraca, una bella imagen surgió entre las flores. Gracias a las brujas manos del artista, el rostro de su Viçenteta, lleno de gracia y de amor, se transformó en el propio rostro de la Virgen, que el pueblo adoraba. La gente decía: «Mirad a la Viçenteta, más igual no puede estar. Ella es la verdadera Virgen que se venera en el altar».
Sin embargo sucedió lo inesperado. Mientras todo en la barraca cantaba y reía, el escultor amaba a Viçenteta, pero ella un día se fue con otro y huyó para siempre de su barraca. Como es lógico, el escultor quedó muy triste y despechado, de modo que aquel mismo año, cuando la Virgen salió en procesión por la huerta valenciana, al ver el artista la imagen que había creado recordó su cruel desengaño y quiso destrozarla gritando: «¡Traición!». Al oír que el escultor insultaba a la Virgen, la gente alarmada cesó de cantar, mas pronto rendido, vencido, humillado, el artista cayó arrodillado y comenzó a rezar: «¡Oh, santa Madre de Dios, no me hagas desgraciado, devuélveme a mi niña, que tiene tu carita, Virgen de los Desamparados!». El artista le pedía a la copia que le devolviera el original».
Retrato de una mujer moderna
Manuel Vicent
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