«Los guardias parecían amables y dispuestos a ayudarlo. El teniente era corpulento, de rostro duro y cetrino, y con un marcado acento del sur. Por su parte, el sargento era fibroso, con facciones suaves y de menor estatura que su superior.
—Se lo agradezco, pero prefiero hospedarme en una pensión estos días. El viaje ha sido más llevadero de lo que esperaba, así que podemos empezar a trabajar cuando les parezca bien.
La casa cuartel era un edificio bastante austero de ladrillo, que cumplía rigurosamente con las funciones para las que había sido diseñado. Tras la puerta de doble hoja, coronada por azulejos que rezaban el preceptivo «Todo por la Patria», se encontraban las dependencias policiales y detrás, limitando con un pequeño patio, unas pocas viviendas para los guardias».
Nadie corre más que el plomo
Ignacio Marín
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